«Las ideas no son de nadie: están en el aire.» Placer, dolor. Ser distribuido. O no.

theFutureIsNow

Es muy difícil empezar a escribir estas reflexiones hoy, no porque sea el último día del año, ni porque me hayan pasado demasiadas cosas de intensidad que nunca imaginé posibles, todas juntas.

Creo honesto advertir que se viene un texto de difícil calificación, responsablemente escrito en primera persona, pero buscando con honestidad el plano de la meta-cognición para llegar a la ética.

El sentimiento que tengo hoy es de mucha pena y no estoy acostumbrada a hacer públicas mis penas, aunque tampoco las oculto. Por pura incompetencia, casi siempre.

Por ello, quiero empezar por hacer honor a dos maestros muy importantes, en diferentes etapas de mi vida: Darcy Ribeiro y Francisco Varela. Tuve relaciones bien distintas con ambos y nunca aceptaron explícitamente ese puesto, por lo cual me hago cargo de que fue un acompañamiento que se dio casi pese a ellos ya que, para mí, la idea de maestro es más la de inspirador que la de gurú al que se obedece ciegamente. De ambos aprendí mucho sobre la indisociabilidad del placer y el dolor, la vida y muerte, el ser y no ser como partes de lo mismo.

Por un amigo querido, y creyéndolo  extemporáneo, recibí hace unos días el regalo inesperado de Montegrande 2004, película hecha por el suizo Franz Reichle sobre la vida de Francisco Varela, que retoma distintos momentos de su vida y los enhebra en forma curiosamente poética, emotiva y fértil. Más aun, vivirla – porque no puedo llamar «mirar» lo que me pasó al cuerpo viéndola – me resultó sobrecogedor, si esa palabra, acaso, en castellano es la mejor que hay para expresar algo tan profundo.  Me prometí a mí misma no empezar a verla hasta que tuviera tiempo suficiente para verla completa, ya que se anunciaba larga, como de casi dos horas. Me tomé, entonces, el día y la noche que lo siguió para estar con ella, tomando muchas más horas que hubiesen sido verla una o dos veces. Más aún, ya no recuerdo cuantas veces la he visto/vivido, por supuesto, parando en varias ocasiones para volver hacia atrás y encontrar a ese chileno extraordinario que, con Humberto Maturana y Fernando Flores, fueron responsables de mi deseada salida de las ciencias biológicas como investigadora profesional, si me permito tal licencia poética, y entrada al mundo de las prácticas sociales, buscando profesionalizar la militancia que le daba sentido desde siempre y no encontraba cauce. No deja de ser curioso que dos biólogos chilenos me hayan ayudado a salir de la biología y abrazar la política por el camino de la ética, vía teoría de la autopoiesis.

¿Y para qué me sirvió ese viaje por los paisajes mentales y chilenos de Francisco? Para que el buscador asociativo recordara su presencia en mi vida desde aquel primero encuentro con El árbol del conocimiento, que dio vuelta de un saque a toda mi religión de bióloga investigadora, pasando por un encuentro personal en Buenos Aires, cuando concurrí, confiada, a un seminario sobre biología del conocimiento que resultó ocupado en un 90% por prácticas de meditación shiné e introducciones teóricas, posteriores, al budismo tibetano. Dejó el 10% restante para el final, cuando, cual “mago condescendiente”,  convirtió toda la experiencia anterior en la promesa del folleto del seminario, es decir, en biología del conocimiento… Precioso empaquetado para que algunos empezáramos a comprender de qué se trataba la enacción  y el proceso de corporeizar distinciones, tratados más tarde en la obra “De cuerpo presente”, escrita con con Evan Thompson y Eleanor Rosch.

A partir de ahí sólo tuve contactos directos con él a través de sus libros, entre los cuales recuerdo muy especialmente Ética y Acción, Un puente para dos miradas. Conversaciones con el Dalai Lama sobre las ciencias de la mente y, por último,  Dormir, soñar, morir.

Con ellos me pasaron muchas cosas, entre las cuales que me volví a amigar con el pasado de bióloga, integrándolo al presente de militante responsable por la construcción de un orden social más justo y la preservación del nido de las generaciones futuras. Conquisté (¿re-conquisté?) la legitimidad de hablar en primera persona y de patear el tablero de hacer desaparecer el observador que describe y juzga, con la pretensión de transparencia. Pero, además, me pasaron otras cosas, quizás comunes a todos los lectores reincidentes: en cada lectura me pasaban cosas distintas, aun con los mismos contenidos. Probablemente, él diría, entre arrogante y socarrón: “¿Contenidos? No hay contenidos en mis libros… son sólo cuentos que cuento, a veces, con distintos sombreros…”

Francisco Varela nos dejó en mayo de 2001, antes de cumplir sus 55 años de vida, luego de luchar durante más de siete contra una enfermedad que no le ganó la batalla, si quería que deje de pensar y crear por su presencia. Hasta poco tiempo antes de dejar de respirar hizo lo que hizo siempre. Su partida fue muy sentida por quienes lo conocimos y sabíamos que su presencia era irreemplazable. Aunque… las ideas están en el aire, lo quisiéramos aquí entre nosotros.

A mi modo, tuve con él un contacto profundo que preparó el terreno para ese re-encuentro reciente en Montegrande, del cual traigo una serie de regalos, que cargo ahora entre mis manos, más bien del lado del corazón. Voy a tratar de enunciar algunos con la expectativa de producir algún efecto parecido o instigador.

  1. Somos un laboratorio ambulante  y podemos usarlo en cualquier momento. Por ejemplo, si me siento mal por algo que no comprendo (o que comprendo e igual me pesa), puedo hacerme una pregunta corta, con un máximo de cuatro palabras; si hace falta, cierro los ojos para encontrarlas. Luego las repito y las hago mías, las consagro como MI pregunta-ahora. Entonces me dedico a inspirar, expirar, inspirar, expirar… hasta que sienta que es suficiente. Con ojos abiertos o cerrados, cada quien lo sabrá. Ahora vuelvo a buscar mi pregunta y sólo observo qué pasó con ella.
  2. Una enfermedad grave, propia o de alguien muy próximo, es un regalo que nos permite recordar que: La vida es tan frágil. El presente es tan rico.
  3. Las ideas no son de nadie. Están en el aire. Sólo nos apropiamos de ellas por un rato y nos olvidamos de dónde venimos. Tratemos de recordar hacia dónde queremos ir y preguntémonos si podemos llegar solos. O si estamos indefectiblemente vinculados a otros, ayer y mañana.
  4. Eso que llamamos mente y que responsabilizamos por el complejo proceso de pensar es indisociable del sentir y ninguno de ellos tiene sede en el cerebro, aunque lo necesitan para transcurrir. Pero también necesitan la piel, los músculos, el sensorium, el otro y lo que su presencia me provoca. Sólo a ese conjunto – a la vez individual y colectivo, tradición y biología – podemos atribuir esa facultad superior responsable por el conocer que nos hace ser quienes somos.

En ese trance me encontraba cuando recibí la primera noticia de la muerte de Margrit Kennedy, el sábado 28 de diciembre. No pude seguir contándoles mi cuento. Espérenme un minuto. Un minuto de Dios, dirían mis amigos de Medellín. Ahora sí. Constatado que es irremediablemente cierto y que – como Francisco – Margrit sólo estará con nosotros ahora a través de lo que hagamos con su legado, siento una mezcla de tristeza sin prisa y responsabilidad agrandada.

Pienso en el tesoro de charlas que tuvimos en varias ocasiones, cuando la conocí en 2002, en Argentina y me invitó a pasar el día en una casa en la playa en que se alojaba con su esposo Declan Kennedy, para estudiar castellano y poder comprender a los protagonistas de las redes de trueque, según sus palabras… Luego en su casa de Steyerberg unos meses más tarde y, finalmente, en el encuentro de monedas complementarias europeas que organizó en Bad Honnef, en 2004. Por ello, quiero compartir el video que registra momentos de ese encuentro, donde frente a mi apuro por que los procesos se dieron con la urgencia que la situación exige, ella me tomó de las manos y con su sonrisa ancha me regaló esa  comparación que está en el video: “Si alguien le hubiese preguntado a los hermanos Wright si podían cruzar el Atlántico con su avión, seguro hubiesen dicho que NO! Pero no dejarían por ello de insistir en su sueño y su proyecto. Y bueno, así estamos nosotros con las monedas complementarias!”(…) “Tranquilícese, eso recién empieza y va a haber mucho movimiento en los próximos tiempos!” La última frase no está en el video, sino en mi memoria, por él reactivada.

Nuestras primeras incursiones en el terreno de las monedas complementarias empezaron en 1996, un año después de la creación del primer club de trueque en Argentina, el histórico grupo de Bernal que dio impulso a más de diez mil grupos sólo en Argentina. Como toda invención social, en el caso una re-invención del dinero para ponerlo al servicio de aquellas personas excluidas del mercado de trabajo por políticas públicas al servicio del capitalismo financiero, hubo muchísimos intentos, muchos logros y también muchos fracasos.

No me interesa hoy hablar de los fracasos, sino de la evolución en su sentido más amplio y en las distintas versiones de la historia.  Si Margrit en Bad Honnef me recordó los hermanos Wright, en aquel momento no tuve tiempo de decirle que había una diferencia de apreciaciones. Porque, en mi visión del Sur, el primero que hizo volar algo más pesado que el aire, autopropulsado, fue Alberto Santos Dumont, un brasileño nacido en Minas Gerais. Inventor de muchos prototipos, se estrelló con varios de ellos y el vuelo de 60 metros que realizó el día 23 de octubre de 1906, en el campo de Bagatelle, con su avión 14Bis está bien documentado históricamente.

Aunque no es muy conocido, fue un precursor del software libre, porque nunca quiso patentar ninguno de sus inventos para que pudiesen ser copiados y mejorados. El premio más importante que obtuvo lo distribuyó  entre sus empleados y los miembros de su equipo. Pero las ideas están en el aire y la evolución sigue su curso. Su cuerpo mal afectado por tantas aventuras espaciales y su alma maltrecha por comprobar que en poco tiempo los aviones empezaron a ser usados para fines militares, Santos Dumont se retiró de sus actividades y se habría suicidado en Brasil, en 1932, desencantado del destino de esa conquista a la que había apostado durante toda su vida. Así, poco importa que los hermanos Wright hayan volado después, porque hoy existen aviones de pasajeros.  Gracias a las investigaciones militares. Gracias a las cuales existe también la Red de Redes que hoy nos permite alcanzar horizontes impensados hace una década.

Cómo no pensar en contarles a Santos Dumont (y a los hermanos Wright…) cuando vemos que, apenas cien años después de sus hazañas, ya pasamos por el Concorde, el Airbus 380… y el Solar Impulse, prototipo suizo movido exclusivamente a energía solar, que en septiembre último unió San Francisco a Nueva York?

Si la evolución sigue su curso, no es menos cierto que según las leyes de la complejidad, nada está bajo control sino bajo el principio de distribución de la inteligencia. Según Kevin Kelly, somos inteligencia distribuida, ésa es una de las nueve leyes de Dios, el único que de nada hace Todo (Out of Control) En  una de sus últimas obras  What Technology wants?  arriesga a dudar y sostiene que: “Si existe Dios, entonces la flecha de Technium está apuntando hacia él”.   ¿ Seremos nosotros – inteligencia distribuida – el arco?

Si es cierto que la Historia no gatea, sino que siempre da saltos, cabe preguntarnos  ¿dónde estamos ahora, en relación a ese momento que está en nuestros sueños voladores? ¿No es riqueza distribuida lo que queremos?       ¿No tenemos conocimiento distribuido para alcanzarla?

Placer, dolor. Distribuidos. Las partidas son dolorosas y este año ha sido intenso para muchos de nosotros: mayo nos llevó a Sandra Magalhaes, compañera de sueños y realizaciones del Banco Palmas; en diciembre, sin avisar, nos dejó sin la sonrisa profunda de Margrit .  Hace 12 años se nos fue Francisco, hace 17, Darcy Ribeiro.

¿Pero cómo les decimos que no se han ido, que siguen entre nosotros y que sólo porque estuvieron antes avanzaremos hacia ese puerto desconocido porque el derrotero es el que importa?

Estoy donde ya no estoy pero estuve. El club del trueque de Bernal generó las monedas sociales de Argentina, que  hoy viven en Brasil y más allá. Volverán transformadas quizás o serán parte de la próxima glaciación cultural. Technium acecha. Los hermanos Wright y Santos Dumont multiplicados. Distribuidos.

No les tenemos miedo a las tentativas. No les tenemos miedo a los fracasos, porque sólo de ellos nacen nuevos prototipos. Nunca fue distinto. Ya lo dijo Darcy en su celebración del Doctorado Honoris Causa en La Sorbonne:  «Fracasé en todo lo que intenté en la vida. Intenté alfabetizar los niños brasileños, no lo logré. Intenté salvar los indios, no lo logré. Intenté hacer una universidad seria y fracasé. Intenté hacer que Brasil se desarrollara autónomamente y fracasé. Pero esos fracasos son mis victorias. Detestaría estar en el lugar de quién me venció.»

A ese pensamiento grandioso, despiadadamente épico, desde mi pequeñez frente a los maestros que he elegido para acompañarme en estas recombinaciones de último día de un año tan pródigo en dolor, quiero destacar la sorpresa de estas relecturas esperanzadas, el regalo que su presencia me ha significado.

Las ideas no son de nadie, están en el aire, es cierto. Pero algunas personas son responsables de que las veamos y, a veces otras, de que les pongamos las manos encima. Placer, dolor, distribuidos, no importa dónde germinarán porque todo está indefectiblemente conectado con todo y, tarde o temprano, aceptaremos que nuestra parte era hacer exactamente aquello que hicimos. Y nuestros fracasos serán nuestras victorias.

Confiando en que en cada momento podemos elegir en qué cáscara de nuez viajar, dentro de esta pequeña canoa azul, sostenida en el infinito espacio interestelar.

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